jueves, 21 de octubre de 2010

leyendas de estado de chihuahua

ORO Y PLATA

Esta leyenda está basada en la vida real y se ubica en El tiempo en que los trabajadores mineros alcanzaron Sus primeras conquistas y prestaciones sociales. En 1934 el salario del minero era de un peso con Setentaicinco centavos por jornada de trabajo, de ocho horas en el interior de la mina. en 1935 se fundaron las secciones 9 de Parral, 20 de San Francisco del Oro, 11 y 50 de Santa Barbará, que junto con las demás secciones del país formaron el Sindicato de Mineros Metalúrgicos y Similares de la. Republica Mexicana. Ese mismo año se realizo el primer congreso minero en la Ciudad de México. No era mucho lo conseguido por los mineros, si se compara con las prestaciones actuales, pero en aquel tiempo era una gran conquista si se consideran las condiciones infrahumanas en que trabajaban los mineros durante las primeras décadas del siglo 20. Era muy bajo el pago por incapacidad, pero en los anos de los que hablamos era una pequeña fortuna, como la que obtuvo el protagonista de esta singular leyenda. En las calles de Santa Barbará, ciudad minera, el ir y venir de las gentes formaba una abigarrada multitud que parecía alegre. Era sábado, día de pago, vulgarmente llamado de raya, y además día de bono, una especie de premio de sobresueldo.

Los grupos de mineros, reunidos aquí o allá, discutían animadamente o entraban en alguna de las numerosas cantinas que en estos minerales, a reto y paciencia de la constitución, solapadas por autoridades demasiado vena-les, se multiplican indefinidamente.
En una de las empinadas calles de un barrio de la ciudad, desde la puerta de uno de esos envenenadores populares se escuchaba un grupo de cantadores que entonaban corridos del pueblo. Y cada vez que por las medias puertas de la cantina asomaba la cabeza de `Macario Contreras, un minero al que acababan de pagar, se oían los gritos de Viva el Menganito!," provenientes de un montón de chiquillos pendientes de él. Era entonces cuando el Muégano hacia brincar sobre las cabezas de la chiquillería una lluvia de billetes. Desde los democráticos pachucos, con valor de un peso, hasta los allende con valor de cincuenta y los hidalgos, los de cien de aquel tiempo.
 Penetremos en este antro para oír al Muégano platicar alegremente con el Bofes, su mejor amigo:
 —Hombre, Muégano, tú ya ni la retuestas.
Apenas te acaban de dar los veinte mil pesos de tu incapacidad, por la maldita silicosis con que te enfermo la mina, y ya los estas repartiendo. Así muy pronto andarás pidiendo limosna. -¡Ah que mi Bofes, y Lpa’ qué me sirven estos miserables veinte mil pesos? Ya sé que me los dieron por lo que queda de mi vida inútil, que habrá de tragarse la silis. Esa es la vida del minero; se come las entrañas de la tierra hasta que a esta le da su gana y le dice: Vente, chiquito, eres mi hijo y, cuás!, para dentro. ; No es cierto, Bofes? —Si es cierto, Muégano, pero guarda tus centavos ahora que siquiera los dan, parece mentira que te olvides de tiempos pasados. [Te acuerdas del amigo Sol sombra?;Recuerdas cuando lo sacaron de la mina Las Catitas, que estaba por el camino a Minas Nuevas, hecho pedazos y sin más movimiento que el que podían hacer dos dedos de su mano derecha?
—pero como diablos no me voy a acordar, Bofes! Trabaje junto con él en las minas de Veta Grande y Sierra Plata, allá por Minas Nuevas. De esa desgracia tuvo la culpa el jefe gringo que le ordeno que pegara en una frente que se estaba derrumbando: Solisombra se negó y el gringo lo insulto diciéndole que tenía miedo; aquel se le echo encima con uno de los candeleros que ensartábamos en las rocas para alumbrarnos. El gringo salió huyendo y Solisombra, para mostrar que no tenía miedo, entro a trabajar a la frente con los resultados que ya sabes. —; Pobre Solisombra! Como debe de haber sufrido su Familia en el tiempo que estuvo tirado en la cama, no sé cómo pudo seguir viviendo hecho pedazos. —Siguió viviendo porque en donde todo falta, Dios asiste con su santo poder. Diariamente íbamos a verlo varios amigos; quien le dejaba dos reales, quien le dejaba cuatro, y así. Entonces los mineros no teníamos médicos ni medicinas, ni sueldo cuando nos golpeábamos, menos íbamos a tener zapatos o cascos de seguridad, como ahora. A las seis de la mañana entrábamos a la mina sin más Ropa que un cotense enrollado a la cintura, sin más zapatos de seguridad que unos guaraches y sin más luz que una vela de sebo, por eso teníamos tantos muertos. A las compañías mineras que les importaban que se mataran los hombres en el trabajo. Entonces si que se necesitaba valor para ser minero. Pero ah que, Bofes, Lpa’ que te acuerdas de cosas tristes; Vengan las otras, yo pago. Ora, músicos encanijaos, aviéntense el corrido del minero. Tengan para que se cobren —y les arrojaba billetes sin contar.
Los músicos cantaron:
Pobrecito del minero, como tiene que sudaren un triste agujero donde se va a trabajar durante todo el día entero en aquella oscuridad, Selo tiene la alegría de sentir la luz del día cuando sale a descansar.
;Ay!... ;Ay!... Y tener que trabajar. Ay!... ;Ay!... Sin poderse ni quejar, Arranca su tesoro a la roca dura y cruel, relucientes oro y plata de la mina que lo mata, que tan ingrata es con él. Los músicos siguieron cantando esa y otras canciones, mientras el Muégano y el Bofes continuaban platicando. Ya lo ves, Bofes. Es la historia de nuestra suerte. Y como te digo, mano, pa’ qué me sirve esto? y mostraba los billetes si no es para emborracharme. Ya esta pagado mi entierro. ; Y si no te mueres pronto, Muégano? —; Como no, Bofes! Si en las radiografías que me sacaron para que me pagaran esta mugre, crioque ya no se me ven ni pulmones. Yo no vivo dos meses más, me lo aseguraron en el hospital. Pero piensa, Muégano. Qué piensa ni que ojo de hacha. A tomar todo el mundo, que lo demás no me importa nada, que vengan las otras, yo pago, hasta aquí nomas me llega l’agua —y ensenaba sus bolsillos repletos de dinero, sin importarle que aquel dinero fuera el precio de su propia vida. El ya había pagado su entierro, lo demás era para emborracharse, por eso le daba duro a la hilacha, música, vino, alegría. Ya muerte? La muerte ya llegaría, descarnada, felona, tan
Mala como es. Dos meses le duraron los fierros al Muégano. Luego la Familia se vio sin dinero, y el Muégano nada que se moría. Ni porque lo había asegurado el médico. La tos de la silicosis complicada con tuberculosis le aquejaba continuamente, las bocanadas de sangre que arrojaba eran más seguidas. Pero y ahora qué haría? Amargado de esta perra vida y maldiciendo a la muer~
te por no hacer su pronta aparición, encorvado, amarillo y en los puros huesos, sentabase a la puerta de su humilde casa y allí permanecía horas y horas, recibiendo los rayos del bendito sol que caían como una caricia sobre los despojos de su cuerpo que, tose y tose, lanzaba escupitajos sanguinolentos en su derredor. En sus oídos sonaban voces burlarías: {Que haces, infeliz Muégano? ¿Qué haces ahora sin trabajo, sin dinero y sin poderte morir? Entonces rugido salió de su garganta:
—;O1·o!, quiero oro, plata! quiero plata para embotar
Mi vida y así no sentir este infeliz cuerpo —»1anzaba un
Grito hacia el aire—. Doctor tal por cual, pues no dijo que
Me iba a morir luego. Se levanto trabajosamente, entro al jacal gritando; Vieja!, goye, vieja...! La mujer lo miro inquieta con sus ojos negros y hundidos. Tres criaturas desafiliadas interrumpieron los juegos Infantiles. El Muégano le dijo a ella:
Alístame mi cachumba y también mis otras garras; Tas loco! LA dónde vas, Macario, a donde vas? Voy a trai’ oro y plata. Oro y plata? murmuro la mujer moviendo la cabeza, como si el oro y la plata se hallaran tirados. Tu sí que has tirado todo! Cállate ~grito el Muégano—. No los encontraré tiraos, pero se los quitaré a la tierra como lo hice tantos años. Pero si ya no tienes trabajo en la Compañía. Y además ya no puedes trabajar; Que no puedo?, ya lo veras. No me esperes, no volveré hasta que lo consiga. Ponme todo lo que tengas de comer, y por vía de Dios santito que he de trai’ oro y plata. Y así el Muérgano. Agarrando su cachumba y su morral, subió el cerro. Su mujer se quedo contemplándolo desde la puertita hasta que lo perdió de vista. Las sombras de la noche fueron cayendo hasta el jacal, envolviendo piadosamente con un oscuro manto sus harapos y miserias. Muchos días pasaron sin que se supiera del Muégano. Se había quedado por allí muerto el pobre y se abrir comido los animales, decía para sí la pobre mujer. Pero todas las tardes, llena de secretas esperanzas, sentabase a la puerta del jacal y solamente abaldonaba su sitio hasta ya entrada la noche, cuando ya no se veían por ningún lado las lucecitas de las cachumbas que traiari los mineros que bajaban del cerro. Una noche, la luz vacilante de una cachumba llego hasta su puerta; la mujer ahogo un grito y, a pesar de que ni un solo día dejo de esperar a su marido, la vista de aquel esqueleto la hizo estremecer. Era el Muégano, tricotado bajo el peso de un enorme zurron que cargaba eu sus espaldas; apenas tuvo tiempo de atravesar el umbral y cayó de bruces con aquel peso tremendo sobre el cuerpo. Con trabajos, la mujer logro echarlo sobre el jergón que les servia de cama. ; Porque pesaran tanto los huesos? Un estertor salía de la garganta del hombre, interrumpido por palabras incohererites, golpes de tos y flujos de sangre: Te lo dije, vieja, te lo dije. Que iba a trai’ oro y plata. Y ahité, vieja, ahi‘ta! Prende la luz, que no veo. Esta preridida, Macario, y ya esta entrando la luz de la mañana. No·veo, vieja, goo veo!, arrímame el zurrón. Así lo hizo la mujer, y el Muégano, con marios temblorosas y con brotes de locura, empezó a sacar los pedruscos y, ensalivándolos, los arrimaba a sus ojos, gritando: Oro, vieja, ges orol, ja, ja, jai. Y solo yo sé donde hay más. ; Mucho más! Somos ricos, vieja, ja, ja, jai. 50ro y plata {Oro y plata!... Un golpe de tos, seco, corto sus gritos. Cayó sobre el metal arrojando una bocanada de sangre. El Muégano había muerto sobre las piedras de oro y plata que lo hicieron vivir y lo hicieron morir.
Al entierro fueron todos sus compañeros de trabajo. Su esposa y sus hijos, así como sus amigos, no se explican donde encontraron el muégano el filón de oro y plata que esa mañana llevara cargando hasta la casa, para dejar a su familia algo con que vivir.
Todavía hoy los mineros y gambusinos cuentan la desventura de Macario, la leyenda de muégano, como se le conoce en la jerga popular de estos pueblos mineros.

Versión escrita: RENE GOMEZ ESPARZA

LA HIJA DE PASCUALITA
En el 25 de marzo, día de la Encarnación del año 1930, llego a la ciudad de Chihuahua, hasta el aparador de La Popular, La Casa de Pascualita, un maniquí que conmocionaría a toda la ciudad.
 Propios y extraños se sorprendieron con el por tener una imagen viviente y por el asombroso parecido con su propietaria, la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez, y con su hermana Cuca. La influencia de las películas de misterio que se proyectaban en aquella época influyó en el impacto causado.
Se decía que era el cuerpo embalsamado de la hija de Pascualita. Ella nunca desmintió tales versiones, mismas que luego de ser difundidas de boca a boca, fueron publicadas por los diarios de la ciudad. Estas publicaciones eran afanosamente buscadas por la misma Pascualita, quien las exhibía en el aparador de Chonita, como originalmente bautizaron a la figura, por haber llegado el día de la Encarnación. En un auténtico imán se convirtió la leyenda de Chonita o Pascualita, como muchos le llamaban. Fueron en verdad multitud las personas que, de la ciudad y de diferentes panes del estado, en el transcurso de los días se aglomeraban en la acera para analizar cada detalle de la figura femenina, la cual más que artesanía era una obra de arte. Hubo días en que se reunió tanta gente frente el aparador que el tráfico vial de la calle Libertad, lugar donde inicio La Popular, llego a suspenderse en varias ocasiones. Pascualita recibía numerosas acusaciones por teléfono, la señalaban por ir contra la moral; también hubo visitas a la tienda que, aprovechando el menor descuido, clavaban las unas en el rostro del maniquí, dejándole huellas que durarían por décadas. Ante este comportamiento Pascualita opto por hacer público que no se trataba de un cuerpo embalsamado. Por ser un maniquí de cera, con cabello, cejas y pestanas naturales insertadas una por una, Chonita requería una serie de cuidados especiales, entre los que se cuenta el baño con champú. En una ocasión llegaron a la tienda, ya ubicada en la esquina de las calles Ocampo y Victoria, unos agentes judiciales con una orden para hacer una investigación. Pascualita pidió a los policías que regresaran después, porque Chonita se encontraba en su baño; con es razón los investigadores acumularon más dudas e insistieron en el caso. Tanta fue la insistencia, que el maniquí fue sacado, envuelto en una bata y con una toalla cubriendo su cabello. Se les permitió revisar solo el rostro de cera donde brillaban sus perfectos ojos de cristal. Sin una prueba para perseguir un delito se marcharon, aunque dudosos. El hecho se difundió por los medios, lo que acrecentó la leyenda.
Con el paso del tiempo han surgido nuevas historias, como la de de que el día del la boda de la hija de pascualita un animal ponzoñoso le cayó en la corona de novia, lo que provoco que muriera en el mismo altar. Transida de dolor Pascualita, queriendo inmortalizarla: la embalsamo para tenerla con ella en la tienda, vestida para siempre de novia. Se dijo que camina por las noches y que se cambia sola, e incluso que derrama lagrimas en ciertas épocas del año.

En el libro el comercio en la historia de la ciudad de Chihuahua publicado por la Cámara Nacional de Comercio en 1990, se da la versión de que en uno de los viajes de Pascualita a la Ciudad de México, acudió a la prestigiosa tienda El Puerto de Liverpool, donde adquirió telas, azahares y ramos. A salir del establecimiento, unas personas estaban arreglando un maniquí cuya belleza la cautivo, por lo que se devolvió para hablar con  el gerente para que se lo vendieran. El funcionario de Liverpool se excuso arguyendo que su venta sería imposible, pues la escultural dama acababa de llegar de Francia y era la novedad por su rostro y sus manos de cera. Pascualita insistió y  casi suplico, pero la respuesta en cada ocasión fue cortes aun que firme: "No está en venta el maniquí". A la tesonera Pascualita le quedaba un último y desesperado recurso para llevarse a Chihuahua el hermoso objeto: amenazo a su interlocutor con no volver a surtir más telas de El Palacio de Liverpool si el maniquí no le era vendido. El gerente hizo un rápido balance mental de todo lo que adquiría Pascualita en cada temporada y en su decisión peso más lo relacionado a ventas que la belleza escultural, y además  ganaría con la venta del maniquí. Así Pascualita trajo a La Popular a su modelo profesional para cultivar a los chihuahuenses.

El libro Leyendas barbarás del Norte dice que Chonita fue traída de Paris a pedido expreso de Pascualita y se convirtió en punto de admiración entre los chihuahuenses que curiosos día con día contemplaban aquel escaparate. Entre la admiración que causaba entre el público se cuenta a un poderoso gurú que llego de tierras lejanas, el cual cuando paso por el aparador se enamoro de inmediato de Chonita: con sus vibras positivas y magia dio vida al maniquí. El gurú vivió dos meses en la ciudad de Chihuahua y todos los días, al llegar a las diez de la noche, esperaba a Chonita en la calle  Victoria para hacerse acompañar de tan incomparable belleza. La llevaba del brazo y visitaban los mejores lugares de entonces, lo mismo el Hotel Hilton que la Cafetería de la Esquina o el Casino de Chihuahua.

Por el ano de 1988 acudió a La Popular una mujer que platico como hace anos ella estaba en la esquina de la Ocampo y Victoria frente a la figura, en ese momento llego su novio, que era extremadamente celoso, y le disparo. Lo último que vio ella al ir perdiendo el sentido fue  el rostro de Pascualita, como llamo al maniquí. Despertó después en el hospital con la certeza de que había sido ella quien la había salvado, por lo que desde entonces le reza en gratitud por milagro.

Un sábado por la tarde en el año 1993, se oyeron frente al aparador los acordes de un conjunto norteño que un admirador de la bella figura le llevaba para que no se sintiera tan sola. La música duro más de dos horas, lo que provoco la aglomeración  de muchos curiosos quienes acompañaban enamorado en su serenata.

De la leyenda Pascualita se han realizado reportajes  televisados a nivel local y nacional, como el que se trasmitió  el 25 de Febrero de 1997 a nivel nacional en el programa Primera edición, de Televisión Azteca. También ha   aparecido en periódicos mexicanos e internacionales, como el reportaje publicado por El Sol Latino de Santa Ana, California, en su edición del día primero de noviembre de 1989.   Actualmente los alumnos de las escuelas de la ciudad y el estado acuden a La Popular para pedir una copia de La Leyenda de Pascualita, la que es estudiada al tocar el tema de las leyendas en la materia de español.

Los familiares de Pascualita hablan del particular sin que les moleste siquiera que la gente continúe murmurando sobre lo que podría ser un acto antirreligioso de Pascualita. Ante ello dicen: "Es una leyenda bonita, que tiene poco de base en la realidad." Para ellos es una gran satisfacción que se recuerde a su tía Pascualita. Pascualita Esparza de Pérez ha pasado a mejor vida y a casi siete décadas de la llegada del maniquí la leyenda forma parte de la vida diaria de los chihuahuenses, que la trasmiten de padres a hijos.
Versión escrita: Jorge Luis González Piñón.
LA  SIERPE DE NONOAVA
Bramaba embravecido después de haber aumentado sus aguas en un cuatrocientos por ciento. La gente que vivía a la orilla, allá por el barrio de Los Moros, como Neto Sáenz y el Chapo Aureliano, Quica Gutiérrez y Poldo, Chando Lozano y otros de mas allá, como los de las familias Caro, de la tierra blanca hacia arriba, sabían que tendrían ya listas las sogas y preparados los ganchos para arrebatar al torrente, desde esa misma noche, trozos, leña, canoas, postes y cuanto de utilidad trajera arrastrando a su paso desde Bahuara, Santo Cristo y otros lugares. De esta manera estaría asegurado por un buen tiempo el abastecimiento de la Lena, combustible para las estufas de uso casi generalizado en esos tiempos. Era uno de tantos días lluviosos en que los arroyos descargaban furiosamente en el rio las aguas recogidas de otros arroyos y éstos, a su vez, de los más pequeños, hasta lograr que crecieran en forma considerable; formándose así las ya de por si grandes olas, admirables montículos que se formaban, retadores, principalmente en la otra banda del arroyo, San Lázaro, El Arco y La Tenería. El caudal del rio Serrano, Humaniza o Nonoava, según sus diferentes denominaciones, se une en La Junta en perenne alimentación al Conchos. Y la historia de la recolección de Lena se repite quizás en Rio Grande, en Agua Caliente, en Plan de Álamos y en quién sabe cuántos lugares más. Pero este no es el punto a atender ahora. Don Jesús "Chu" Moreno, hombre ampliamente conocido por los lugarefios debido, entre otras cosas, a su gran estatura, que competía en esto con el finado Fano Martínez o con Tino Largo, habría de ser testigo de lo que en el pueblo fue motivo de comentarios, a partir de una fecha perdida ya en el tiempo. Esto sucedió en Rio Grande, en la loma de Prisciliano Hernández o en alguna otra, no se sabe con exactitud, a finales de los sesentas o a principios de la siguiente década del siglo XX. Un buen día —o una regular mañana o una mala tarde, como usted guste tomarlo— don Chu admiraba lo que tantos arios había llamado su atención a lo largo de su vida, es decir, el rio crecido. Con la vista zigzagueante hasta donde alcanzaba a apreciar, buscaba reconocer alguna forma en el furioso raudal. De pronto fijo atónito su mirada en un retorcido y relativamente meso troncón, huésped momentáneo en el trecho del rio, fugitivo que había sido arrojado de algún lugar irreconocible. Con sorpresa, pero también con un escondido regocijo por ser el único testigo ocular, alcanzo a ver como una serpiente con características poco comunes daba vueltas sobre sí misma, juguetona, y como se situaba a veces delante y a veces detrás, persiguiendo y esperando en algo así como una divertida carrera contra el palo. Aquella bestia acuática fue denominada desde entonces, hasta donde se alcanza a recordar, como La Sierpe. Pero no era aquélla una serpiente común; no, señores. La Sierpe media como veinticinco metros de largo y cuarenta y tantos centímetros de grueso. El color de su piel, antes de cambiarla como la mayoría de las serpientes, podía apreciarse entre verde, amarillo y café con unos puntitos blancos, lo cual la hacía aparecer como algo único en el reino de la naturaleza nonoavense y tal vez de lo más intrincado de las alejadas selvas del mundo. Añadía don Chu a su historia que en sus remolineados movimientos La Sierpe arrojaba agua a diestra y siniestra. Este detalle habría de provocar —en las vespertinas tertulias del billar del Chapo Gilberto, en las resolanas de la esquina y aun en los reservados mientras se celebraban interesan— tés partidas de malilla— acaloradas discusiones acerca de si el extraño ser era sierpe o cocodrilo. El argumento de unos era que el agua arrojada solo podía ser posible porque el animal tenia patas; otros defendían la hipótesis de los coletazos por sobre la de las patas; unos terceros se atrevían a proponer la presencia de ambas características. Y no faltaron unos últimos que aclaraban parsimoniosamente que era necesariamente un chan, animal conocido $010 por los que se dedican a la poco productiva actividad de la pesca, al norte y al sur del rio. Por si o por no, ni tardo ni perezoso y obedeciendo a un rasgo, instintivo de su personalidad, echo mano don Chu de su cachalote con calibre cuarenta y cinco, y vacio un cargador y medica en el punto exacto de la aparición. Nunca supo, ni el día de su infortunado deceso, cuantos plomos logro incrustarle a la sierpe. Extraño adefesio, dirán los estudiosos de lo estético y partidarios de lo bello en Nonoava; horripilante criatura, según el refinado gusto de los niños. Lo cierto es que hasta el momento de escribir estas líneas La Sierpe no ha acumulado el suficiente historial como para catalogarla de mala. Es más: a su paso rio abajo rumbo a Los Ciriacos no ocasiono daño alguno, para desaliento de morbosos y beneplácito de la mayoría. Dicen que La Sierpe fue vista en esos mismos días cuando salía del agua a tomar el sol. Quienes la avistaron pudieron constatar que efectivamente era muy larga, dando pie a especulaciones acerca de su origen. Una primera tanda afirmaba que siempre ha habitado en los grandes y profundos charcos. L0s que siguen en número c0ntaban que llego con la creciente, gracias a que fue desalojada violentamente por el repentino aumento de las aguas en aquella temporada de lluvias. Una vez que el caso fue difundido por don Chu, pudo Comprobarse que ese día hubo otros testigos para corroborar el suceso. Los datos fueron más o menos los mismos, lo que intento ser una exclusiva pronto anduvo en boca de todos. No obstante, la autoría del relato siempre le ha sido respetada a don Chu Moreno. Desde entonces, cada que el rio crece y la gente de la rivera se apresta a lazar o gancha la lefia que va a servir para el uso doméstico, la historia es recordada. Y más de uno escudriña constantemente en el horizonte del rio, allá por la casa de Nato Villalobos, con la esperanza de ver aparecer la impresionante largueza de La Sierpe, que por cierto nunca ha vuelto a ser vista, mucho menos por don Chu, quien descansa ya en los eternos jardines.
Versión escrita: Humberto Quezada Prado
EL ROSARIO Y LA SOTANA SIN CABEZA
Aquella tarde polvorienta de abril, en el ano de 1811, hizo su funesta entrada a la Villa de San Felipe El Real de Chihuahua el batallón dirigido por el brigadier don Nemesio Salcedo, que conducía los desafortunados pero heroicos insurgentes. La noticia corrió por los barrios de la población, como lo eran los de La Hacienda de Torre, el de Nuestra Señora de Guadalupe, barrio de Obrade y Loma, La Canoa y Loma, barrio de los señores Urangas y Carnicería, así como la calle del Diezmo y Del Correo. Todo éste era el entorno del que se componía aquella Villa de San Felipe, pero vinieron curiosos de San Gerónimo, del pueblo de Nombre de Dios y de otras rancherías cercanas.

Desde Acatita de Bajan, lugar que se encuentra cerca de Monclova, Coahuila, los traían a pan y agua bajo torturas continuas, después de que fueron traicionados por un individuo de apellido Elizondo. Junto con el presbítero Miguel Hidalgo y Costilla venían también prisioneros Ignacio Allende, Mariano Jiménez, don Mariano Hidalgo, hermano de don Miguel, y unos cuarentaicinco hombres más, sin tomar en cuenta que en el lugar de los hechos fueron sacrificados algunos sacerdotes y otros hombres que ofrendaron su vida por la independencia nacional.

La prisión se encontraba en donde estuvo ubicado el Colegio de Jesuitas; en ese lugar estaban la iglesia de Nuestra Señora de Loreto y el Hospital de la Villa. Tenía dos patios con pasadillo y en medio de ellos una capilla llamada de San Pedro Apóstol. Todo esto se hallaba en lo que hoy son el Palacio Federal, el de Gobierno, el de Justicia y la Plaza Hidalgo, antes llamada Plaza de los Ejercicios. En ese patio fueron ejecutados los más de cuarenta hombres, que compartieron ese ideal de libertad, entre mayo y julio de 1811. En ese lugar, por intrigas de la Santa Inquisición y malos manejos del Santo Oficio, murió mucha gente inocente.
Entraron a la Villa de San Felipe como si fueran viles delincuentes, llevando grilletes y cadenas en sus pies. El ruido de los eslabones rompía el silencio sepulcral aquella tarde en que llegaron, además se percibían los discretos murmullos que eran como un grito ahogado en la desesperación. A la población en su totalidad se le prohibió mostrar la mas mínima expresión de piedad y simpatía, quien lo hiciera sería considerado traidor a la Corona Española y sufriría las consecuencias.

El nefasto Salcedo, servil e incondicional de los gachupines, condujo a los prisioneros hasta el interior del patio del lugar ya mencionado. Los recibieron un español de nombre Juan José Ruiz de Bustamante, el abogado Rafael Bracho y otras personas de muy desagradable memoria. En la prisión también fueron recibidos por el capitán Pedro Armendáriz, quien dos meses después habría de dirigir el pelotón de fusilamiento que ejecutaría al Padre de la Patria. Armendáriz a su vez los entrego a un cura de apellido Irigoyen y a un señor que en ese tiempo tenía mucha fuerza política, de nombre Alejo García Conde. Este fue el breve diálogo entre García Conde y el capitán Armendáriz:
—La gracia de Dios sea con vos, la Virgen os guie en el juicio de estos insensatos, infieles e impíos prisioneros que dejo en vuestras sabias manos.
—Buena y excelentísima misión de valerosos hombres y caballeros la de hacer presos a ese punado de traidores. Estas fueron las palabras de los serviles de la Corona. Al escuchar esto, el padre Miguel Hidalgo agacho la cabeza y contuvo el impulso de vomitar ante tanta desvergüenza.

Entre aquellos hombres se encontraba un joven servidor de la iglesia parroquial (el templo que actualmente es la Catedral de Chihuahua), Justo María Chávez Aguilar, seguidor silencioso de los ideales del benemérito sacerdote. Al ver a don Miguel Hidalgo, Chávez Aguilar se acerco lleno de admiración y respeto, en su mano derecha deposito un rosario sevillano de carey con un crucifijo de oro. El cura de Dolores lo recibió agradecido y le dijo:
—Gracias, hijo, por ser un hombre de buena voluntad. Justo María Chávez Aguilar, en el fondo de su noble alma, tenía la esperanza de que el gobierno de la Nueva España, en vía piadosa, mandara un mensaje perdonando la vida a Hidalgo por su investidura sacerdotal.

Justo María llevaba una entrañable amistad con don Melchor Guaspe, bondadoso caballero español. Don Melchor había sido navegante y por ello se le había comisionado para subir las campanas de la iglesia parroquial. Acostumbrado a elevar grandes cañones en los navíos, además de ser campanero encargado de dar la hora y colaborador cercano del alcaide mayor, también fue el alcaide responsable del cura Hidalgo en la cárcel.
Con estas amplias referencias, don Melchor tenía todo el acceso a don Miguel Hidalgo, por lo que le daba oportunidad a Justo María de visitar al Padre de la Patria. Contaba Justo María que siempre que lo iba a ver, encontraba a Hidalgo orando en silencio, en actitud de contemplación, con su rosario entre las manos. El rostro del sacerdote reflejaba una paz absoluta, aunque para don Miguel fueron meses de un gran dolor al saber cómo los malditos sicarios iban eliminando a sus amigos y fieles seguidores. Cada día lo torturaban en su corazón diciéndole con todo cinismo a quién habían fusilado y hasta describiéndole la expresión de dolor de la víctima y la cantidad de balazos recibidos en su cuerpo.
Un domingo, Justo María, al salir de la misa que ofreció el padre Granados, se encamino hacia la cárcel, ocultando entre sus ropas unos dulces envueltos en papel, Eran unas melcochas que le gustaban mucho al padre Hidalgo. Era quizá el domingo más triste en las páginas de nuestra historia nacional, por ser el último en la existencia de Hidalgo. Batallando y arriesgando su vida, Justo María Chávez Aguilar llego hasta la celda de don Miguel y estuvo con él hasta la madrugada, en una larga conversación. Al entrar Justo María, el cura Hidalgo lo recibió con un emocionado y fraternal abrazo, y luego le dijo:
— ¿Cómo te arriesgas de esta forma a venir hasta donde estoy como un convicto? Estoy condenado a morir. Al estar aquí conmigo corres la misma suerte, si llega a saberlo el brigadier Salcedo.

Más adelante, hablo con las siguientes palabras: "Estoy seguro que tu, Justo María, hubieras sido uno de los más valientes oficiales de nuestra causa. Tal vez si te fueras al sur con el padre Morelos. Pero es difícil, porque el mismo
Padre Morelos está rodeado de traidores que tarde o temprano lo conducirán a un destino igual que el de mis compañeros y mío. Mira, Justo María, tu causa no ha de ser las armas, tu causa ha de ser la cultura y el despertar de todos nuestros hermanos esclavizados por los gachupines desde hace tres siglos."
El 27 de julio de 1811, Miguel Hidalgo fue degradado, el acto se llevo a cabo en el Hospital Real, el padre franciscano José María Rojas fue su confesor. El lunes 30 de julio, a las cinco de la mañana, Hidalgo tomo su último
Desayuno, una taza de chocolate y pan duro, estuvo orando y a las seis fue llevado a la capillita de San Pedro Apóstol y luego al lugar donde habría de ser fusilado. Antes de su cruel ejecución, se dirigió a donde estaban los soldados del pelotón y les repartió los dulces que un día antes e llevara Justo María Chávez Aguilar. Enseguida le cubrieron los ojos y fue fusilado a las siete de la mañana. El pelotón fue dirigido por el capitán Pedro Armendáriz, quien después le ordeno a un tarahumara, quien vivía en aquel lugar, que le coitara la cabeza al cuerpo de Hidalgo. Este fue sepultado en la capillita de San Antonio de Padua, ya cercenado de la cabeza.

El rosario de Sevilla anduvo en manos de muchos clérigos, hasta que fue recuperado por el Archivo Histórico del Estado, de donde se extravió durante el incendio del Palacio de Gobierno en 1940, un sábado a las tres de la tarde.

El rosario fue toda una leyenda. Dicen que José de Jesús Ortiz, primer obispo de Chihuahua, lo encontró en su buro extrañamente y lo conservo con mucho cariño, sin conocer su origen. Después al obispo Nicolás Pérez Gavilán le apareció en su lecho, una vez que se encontraba muy enfermo. Luego un fraile franciscano lo encontró en el lugar donde estuvieron, hasta 1823, los restos sin cabeza del padre Hidalgo. Entre las calles 17 y Juárez, junto a donde hoy está la casa mortuoria de Funerales Hernández, se encontraba una Panadería en los anos veintes y treinta. La panadería se llamaba La Espiga de Oro y era propiedad del señor Ruperto Rubio. Cuenta Roberto Licon Rubio, sobrino de Ruperto, que cuando él era niño se veía por las noches Salir del Templo de San Francisco una sotana negra muy lúgubre que se deslizaba hasta los patios de la panadería,
Donde estaba la cochera. Allí los animales que jalaban los coches se ponían frenéticos, muy asustados, pues veían que atravesaba las paredes la sotana de un cura sin cabeza. De niño no cómprenla lo que pasaba, pero ahora que hemos conversado me cuenta que algunas señoras que iban a misa muy temprano decían que la noche anterior, en las márgenes del rio Chuviscar, no pararon de ladrar los perros y hacia un viento muy feo. La razón era que el alma en pena de un sacerdote vagaba por las noches, durante los meses de julio y agosto. Hoy es solo una leyenda. Hoy la modernidad se ha llevado a los fantasmas al lugar donde quizá en paz descansan.

Versión escrita: Luis Carlos Arriola Chávez
EL HOMBRE QUE QUEDO MAL CON DIOS
Cuando aquello sucedía otra vez, las ancianas de rostro arrugado y largas faldas negras lanzaban un rosario de jaculatorias que, emanadas de la fe cristiana o confeccionada en su imaginación, no dejaban fuera del juego a ningún santo; encendían veladoras y hacían ofrendas de palma bendita. Los hombres dejaban de lado el machismo y los temblores de la cruda para pedirle a San Pedro que su sombra bendita los cobijara y a la Virgen de Guadalupe, por mexicana y valiente Ie rogaban los acompañara en su caminar nocturno por los cerros y veredas de Santo Domingo, a donde iban para sumergirse en los fosos y socavones que en su duro trabajo les reservaban horas de calurosa humedad y peligrosa penumbra. Por su parte, los niños emocionados o confundidos ante 10 que escuchaban y veían, también realizaban curiosas serias y pronunciaban conjuros mágicos, aprendidos en sus pandillas o tomados de las narraciones, que a manera de cuentos les elaboraban sus madres o abuelas con una mezcolanza de hadas, duendes, dragones, cuevas encantadas, gigantes y fantasmas.
Aquello, que en público o en el seno hogareño se abordaba en voz baja, con terror o con respeto casi religioso, ya constituía parte de la vida comunitaria. Y aunque se le aceptaba como real e inevitable, también tenía el repudio general, pues hasta se aludía a familias que, incapaces de soportar tal tipo de experiencias calificadas como diabólicas, habían abandonado el pueblo.
La situación horripilante estaba en el ambiente sin que nadie pudiese explicarla. Pero Ho era cosa nueva, pues todos los habitantes, en diferentes épocas, ya la conocían por boca de padres y abuel0s. Había testimonios tangibles, como las tumbas en el viejo camposanto, que aun en las visitas del dos de noviembre eran esquivadas  contempladas con recelo porque en ellas reposaba los restos de algunos que había tenido la osadía, la temeridad, el valor  la peligrosa intención de resolver el caso. Se hablaba de un tal Federico Castañeda que logro salvar la vida por quedé postrado y mudo por el resto de su Vida en un desvencijado camastro. Y de Fructuoso Gutiérrez, a quien antes de aquello se le tenía como un campeón en eso de beber sotol y seducir vecinas. Perdió la razón y tuvieron que llevarlo al manicomio del Hospital Civil en la capital del estado, lugar del que ya nunca saldrían. Aquiles Serdari, población minera que Originalmente tuvo el nombre de Santa Eulalia de Mérida, está  situada a poco distancia de la ciudad de Chihuahua. Sus ricos yacimientos de plata, plomo, zinc y algo de oro fueron descubiertos, según una de varias versiones, por los gambusinos Juan de Dios Barba y Cristóbal Lujan, quienes se desplazaron desde la franciscana Nombre de Dios hasta los pelones y filosos cerros de Santo Domingo, región en donde Localizaron ricas vetas de plata. Otras crónicas histéricas señalan que en 1652 el fabuloso hallazgo lo hiso el capitán español Diego del Castillo, Quien poco pudo lograr en la apertura de minas y explotación, por causa de las rebeliones indígenas.
En octubre de 1653 el también capitán Pedro del Castillo, hermano de Diego, reanudo las labores, pero las abandono al poco tiempo.
Existen testimonios históricos de que finalmente Nicolás Cortes de Monroy fue quien en febrero de 1707, en sociedad con Eugenio Ramírez Calderón y Juan Holguín, hizo los denuncios definitivos y estableció labores en grande, teniendo como centro la mina que llamaron Nuestra Señora de la Soledad.
Santa Eulalia de Mérida con sus bonanzas en diferentes puntos que fueron conocidos como Chihuahua el Viejo, San Antonio el Grande, Galeano, Mina Vieja y otros, origino la necesidad de una localidad estratégica que fuese asiento de las autoridades necesarias para el control laboral asi como la regularización de los Servicios públicos.
Con ello surgió la famosa polémica que finalmente resolvió con su voto de calidad el gobernador de la Nueva Vizcaya, dio Antonio Deza y Ulloa, y con ello pario a la ciudad de Chihuahua, antes denominada primero el  Real de Minas de San Francisco de Cuellar y luego Villa de San Felipe El Real, hasta que el 19 de julio de 1823 obtuvo el título de ciudad.
A más de doscientos años de iniciada la explotación minera de Santa Eulalia (hoy Aquiles Serdán) sus yacimientos no se rinden. La población está encerrada en un embudo formado por cerros notoriamente rocosos y de vegetación rala. Lo que puede considerarse el área urbana está dividido por un rio que solo en tiempo de lluvias registra un caudal digno de atención. Casas de diversos estilos, tamaños y destinos se comprimen en las riveras, pero el crecimiento de la población obligo a que las construcciones fueran escalando las laderas para configurar una comunidad muy semejante a otros centros mineros. Y es dentro de la realidad histórica y el campo de la leyenda donde surge la figura de ultratumba, el fantasma de El Curro, aparición cuyos orígenes suelen situarse en los arboles de la población con los indiscutibles amos españoles; o tal vez  por 1890 o mas recientemente, en la posrevolución. El personaje correspondiente de la primera época de las apariciones se inician mucho después. Lo cierto es que la leyenda prosigue. Y a pesar de aquello a perdido continuidad y fuerza, permanece como una leyenda hermanada con fuertes lazos al famoso mineral de santa Eulalia. Por lo mismo aun en la actualidad hay ancianas que lanzan rosarios de jaculatorias encienden veladoras y queman palmas venditas. Y hombres que le piden a san Pedro los ampare con su son sombra protectora y la virgen de Guadalupe los libere de verse frente al personaje macabro quien solo acarrea muerte invalidez o demencia.

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